La leyenda de la rubia de Kennedy
La leyenda de la rubia de Kennedy Trabajo en la noche, en Santiago de Chile, como taxista. He visto de todo: drogas, muertes, robos, peleas, borrachos que se quedan dormidos en el asiento trasero, hasta ladrones que huyen con las manos ensangrentadas. Siempre conduzco con un ojo en el retrovisor y el otro en la vereda, atento a cualquier pasajero que levante la mano. Llevo años trabajando sin parar, y mi corazón chileno, cansado y viejo, ya se quiere jubilar. Pero no puedo. Tengo sesenta y cinco años y me llamo Nicolás Hernández. Aún debo juntar plata: para pagar los colegios de mis hijos, para llevar a mi mujer de vacaciones, y para darme el gusto de un par de cervezas en la shopería de la esquina. Cada fin de semana sigo la misma rutina: conduzco por avenida Kennedy hasta llegar al Parque Arauco, donde siempre hay más clientes que carreras. Esa noche eran las nueve, y el cielo estaba encapotado. En la radio decían que iba a llover. Encendí las luces y los limpiaparabrisas, qu...