La travesía del irlandés: Cuento corto

 


La travesía del irlandés

En el año 1820, el Palacio de Buckingham brillaba como nunca. La reina Isabel celebraba su cumpleaños número setenta con una gran fiesta a la que asistía toda la nobleza inglesa. Los salones estaban llenos de música, risas, luces y mesas repletas de manjares. Nadie sospechaba que, entre los invitados, se ocultaba un ladrón que esa misma noche robaría el tesoro más valioso de la corona: un cofre repleto de joyas.

A la mañana siguiente, al notar la desaparición del cofre, la reina estalló de furia. Ordenó una investigación inmediata y exigió castigo ejemplar para el culpable. Sin pruebas claras, la policía acusó a un joven irlandés llamado Miguel Río, quien trabajaba como vendedor de perfumes en Londres. Le plantaron una joya en el bolsillo para inculparlo. Fue arrestado, juzgado rápidamente y condenado a morir decapitado.

Miguel era inocente. Desesperado, rezó a Dios pidiendo justicia. El día de su ejecución, usando un pequeño alambre, logró liberarse de las esposas, herir a un guardia, robar un caballo y escapar entre la multitud. Desde ese momento se convirtió en fugitivo.

Miguel huyó hacia los bosques a las afueras de Londres y se refugió en una pequeña casa abandonada. Allí, de manera inesperada, conoció a Alicia, la hija de la reina, quien solía escaparse del palacio disfrazada para conocer la vida del pueblo. Al escuchar la historia de Miguel, quedó convencida de su inocencia.

Alicia lo ayudó a esconderse de los guardias y le propuso buscar ayuda en una bruja vidente que vivía al otro lado del bosque. La bruja, tras consultar su bola de cristal, reveló una sorprendente verdad: el tesoro no estaba en Inglaterra, sino que había sido robado por piratas del Caribe y escondido en una isla de Colombia.

—Solo trayendo el tesoro de vuelta podrás salvar tu vida —dijo la bruja.

Alicia le entregó a Miguel monedas de oro para costear el viaje. En el puerto, Miguel conoció a Thomas Pelz, un joven alemán fuerte pero pobre, que aceptó acompañarlo a cambio de una recompensa. Juntos abordaron un barco rumbo a América en una travesía peligrosa a través del océano Atlántico.

Entre tormentas, hambre y miedo, nació una profunda amistad entre ambos. Miguel soñaba con limpiar su nombre. Thomas, con tener una nueva oportunidad en la vida.

Tras semanas de navegación, los dos jóvenes llegaron a la costa colombiana. Guiados por las palabras de la bruja, se internaron en una isla dominada por peligrosos piratas liderados por el temible Barbanegra. Esperaron la noche para infiltrarse en la selva y, al amanecer, encontraron la cueva donde se escondía el botín.

Entre calaveras, serpientes y sombras, hallaron el cofre de las joyas. Con gran rapidez lo cargaron hasta su bote y escaparon sin ser vistos. Lo habían logrado.

Pero el destino aún les guardaba una traición. Durante el viaje de regreso a Inglaterra, un policía escuchó su conversación, los arrestó y les robó el cofre. Nuevamente lo habían perdido todo.

Con ayuda de la bruja, Miguel y Thomas descubrieron dónde vivía el policía. Entraron a su casa mientras este trabajaba, recuperaron el cofre escondido bajo una compuerta del suelo y corrieron de inmediato al palacio real.

Cuando la reina vio sus joyas de regreso, quedó sorprendida. Miguel le contó toda la verdad. La reina, al comprender su error, lo perdonó públicamente y le otorgó una recompensa en monedas de oro.

Miguel abrió una tienda de perfumes con su nombre y dejó atrás su vida de persecución. Thomas puso un bar en Londres y logró estabilidad por primera vez en su vida. Alicia, por su parte, siguió visitándolos en secreto, lejos de las estrictas reglas del palacio.

Y así, tras una injusticia que casi les cuesta la vida, los tres jóvenes descubrieron que el verdadero tesoro no eran las joyas, sino la amistad, la valentía y la libertad.


Fin.






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