Miguel Río y Alicia del país de las Maravillas

 



MIGUEL RÍO Y ALICIA DEL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Miguel Río había terminado otra de sus aventuras por tierras lejanas, cuando una tarde, mientras descansaba bajo un roble en Irlanda, escuchó un sonido extraño: tic-tac, tic-tac. No era el típico de un reloj común, sino un eco vibrante que parecía venir del aire mismo.

De pronto, una liebre blanca con chaleco se apareció delante suyo.

—¡Llego tarde, llego tarde otra vez! —gritó, corriendo entre los arbustos.

Miguel, curioso como siempre, lo siguió. Al atravesar un círculo de hongos, todo el bosque se disolvió como si fuese un sueño.

Apareció en un mundo de colores imposibles: árboles de cristal, ríos de tinta, y cartas de naipes flotando en el aire. Allí, en medio de todo, una muchacha de vestido azul lo observaba con ojos brillantes.

—Bienvenido al País de las Maravillas —dijo Alicia, inclinando la cabeza con una sonrisa—. Tú no eres de aquí, ¿verdad?

—Me llamo Miguel Río. Busco respuestas… o tal vez sólo aventuras.

Alicia lo tomó de la mano y lo llevó a través de un sendero que cambiaba de dirección cada pocos pasos. Pronto llegaron a una mesa donde el Sombrerero Loco servía té invisible.

—¡Un nuevo invitado! —exclamó el Sombrerero—. ¡Dos tazas para el joven viajero, una para cada pie!

Mientras reían y conversaban, Miguel notó un reloj detenido sobre la mesa. El segundero estaba atrapado en un bucle eterno.

—Ese es el Reloj de los Sueños —explicó Alicia en voz baja—. Si no vuelve a funcionar, todo este mundo se disolverá como un espejismo.

Miguel lo tomó en sus manos. Recordó las enseñanzas de la vidente que conoció en Colombia, y con un soplo suave, le devolvió el tiempo al reloj. El tic-tac volvió a sonar, más vivo que nunca.

Los árboles de cristal florecieron, los ríos corrieron con luz, y las cartas de naipes danzaron celebrando.

Alicia lo miró con gratitud.

—Gracias, Miguel. Sin ti, habríamos quedado atrapados en la nada.

Él sonrió, guardando el recuerdo en su corazón.

—Tal vez nuestros mundos son distintos, Alicia, pero la magia siempre aparece donde alguien la necesita.

Y en un parpadeo, volvió a despertar bajo el roble en Irlanda, con un ligero eco de risa infantil en el aire, como si Alicia aún lo acompañara.



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