Alicia se quedó dormida



ALICIA SE QUEDÓ DORMIDA

Alicia soñaba en medio de la tarde, recostada en una hamaca bajo la sombra de los robles en el bosque de su casa en Londres. Sin darse cuenta, sus párpados se cerraron, y de pronto comenzó a caer.

Un túnel blanco, infinito, la arrastraba suavemente hacia las profundidades de la tierra. No sabía qué estaba pasando. Miraba a su alrededor y todo era extraño: su habitación aparecía frente a ella, pero algo era diferente… las paredes crecían hasta el cielo, y ella se veía diminuta, como una muñeca en una caja de gigantes.

De repente, el techo se abrió y una cascada de agua lo inundó todo. Alicia, sin saber qué hacer, dobló un barco de papel con sus propias manos y se subió en él, dejándose llevar por la corriente. Navegó directo hacia una cerradura dorada que parecía brillar en medio del caos. Al cruzarla, el agua desapareció como por arte de magia, y al otro lado todo estaba seco y lleno de luz.

Ahí la esperaba un conejo blanco, vestido con chaleco y reloj de bolsillo. Con una voz suave, el conejo le dijo:
—Tienes que encontrar el tesoro del duende irlandés, el que está escondido al final del arcoíris.

Alicia corrió, saltó y atravesó paisajes llenos de colores que nunca había visto, hasta que llegó a un campo verde donde un arcoíris enorme caía como una cortina mágica. Frente a ella, un cofre lleno de monedas doradas brillaba intensamente. Justo cuando estiró sus manos para tocarlo, todo se desvaneció.

Abrió los ojos y descubrió que estaba otra vez en su hamaca, en el bosque, con el viento acariciando su rostro. Se sonrió, como si el sueño le hubiera contado un secreto.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Fin.




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