Las aventuras de Thomas Pelz
LAS AVENTURAS DE THOMAS PELZ
Era bien tarde por la noche, las nubes en el cielo pasaban volando lentamente, sus colores grisáceos se veían gracias a la luz de la luna llena. El mar azul marino se movía como miles de gaviotas finas, Thomas Pelz estaba sentado en su silla de madera pensando en el pasado, se acordaba como habían encontrado el tesoro con Miguel Río, y como se lo devolvieron a la reina Isabel. Como recompensa les regalaron una bolsa con monedas de oro a cada uno. Con ese dinero Thomas había puesto un bar en el centro de Londres y se había comprado una casa cerca del puerto principal, en una residencia con vista panorámica. Todos los días miraba las olas del mar como avanzaban y no se detenían nunca, casi hipnotizado por su belleza y tranquilidad recordaba su vida cuando joven, trabajaba en un barco comerciante.
—¡Thomas, Thomas! Gritaba: el capataz de la embarcación, es la hora de zarpar, vamos a Kenting, necesitamos que cargues los baúles de madera para que no demores, deja de tomar alcohol y sube esos cajones antes que me enoje. —Si mi capataz, respondió: el joven alemán. Iban a navegar por el océano Indico en un barco a velas, querían comprar pieles de ciervo a los taiwaneses, era un tesoro muy valioso, vendían sus pieles en Europa como pan caliente, pero debían de tener mucho cuidado con los piratas para que no los atacaran. Era una misión muy complicada y arriesgada, Thomas había abandonado su casa hace mucho tiempo, su madre había muerto de una enfermedad desconocida, y tuvo que aprender a trabajar en lo que sea, era muy hábil con el cuchillo, sabía disparar y también defenderse muy bien, tenía mucha fuerza en sus brazos, cada vez que peleaba siempre ganaba. Una vez en el puerto le pego a tres hombres tomando whisky, lo habían molestado por nada, terminaron todos en el piso sangrando, tenía la mano muy pesada. La aventura acababa de comenzar. El barco había partido y no había vuelta atrás, los marineros se preparaban para lo peor. Tendrían que cruzar grandes tormentas y desafíos muy peligrosos, todo para poder hacer dinero. Era un trabajo solo para expertos, debían saber perfectamente lo que les deparaba el futuro o no podrían evitar los obstáculos. Se tenían que proteger de los piratas de altamar, ellos rondan por ahí esperando que pasen los comerciantes o mercaderes en su embarcaciones para asaltarlos y llevarse sus pertenencias. Si no tenían cuidado terminarían durmiendo con tiburones.
Ya llevaban tres días navegando en el océano no había nada más que agua su alrededor, los marineros trabajaban en equipo, sabían que la comunicación entre ellos era lo más importante, viajaban hombres de todas las partes del mundo, chinos, africanos, alemanes, franceses, italianos y españoles. Todos tenían familia en el continente europeo, querían dinero para pasar un buen pasar con sus parientes. Una vez al año se embarcaban en esta travesía para poder comercializar las pieles del ciervo en Inglaterra. Los clientes se volvían locos comprando. Su textura era totalmente suave y extravagante. Sirve para fabricar ropa de alta costura, desde guantes hasta chaquetas finas, además su carne es exquisita y sabrosa.
Era un excelente producto para venderlo en el mercado. Sus colores cafés con manchas blancas son únicos e irrepetibles. Las mujeres de la época adoraban estas pieles para sus carteras. Pobres animalitos los cazaban para vender su carne y su pelaje al por mayor. Tom ya conocía este rubro, sabía perfecto como faenar al ciervo, sabía cada musculo del animal en su memoria. Le encantaba comer carne asada. Por el momento deberían sobrevivir con la comida que llevaban, carne de cerdo envuelta en sal para que no se eche a perder y los pescados los sacaban del mar mientras navegaban. Una vez atraparon un pez espada y se lo comieron asado a la parrilla, una delicia para el paladar. Andres Bornivelli un italiano retirado, cocinaba los pescados que sacaban del mar abierto, los compañeros sabían que Andrea era el mejor cocinero del barco y no dejaban que otra persona que no fuera él cocinara. El especialista en pesca con arpón cazaba de todo, incluso tiburones y pequeñas ballenas. Todo lo que fuera marino se podía comer. Los pulpos y los calamares eran un exquisitez que pocos conocían. En fin no todo era tan malo para estos tripulantes. Tom como le decían, se preparaba un cigarro como de costumbre, le encantaba el tabaco. En sus tiempos libres fumaba su pipa de madera inglesa marca Oxford, la había comprado en una tabaquería cerca del puerto, no era muy cara, costaba cinco libras esterlinas y nueve chelines, ya que estaba en oferta. Thomas Pelz fumaba el día completo y no se aburría nunca de lanzar el humo al cielo. Decía que lo hacía pensar mejor y que lo relajaba, cada vez que llenaba su pipa con tabaco pensaba en sus problemas y como podía resolverlos, era un hombre muy sabio, aunque no tenía estudios académicos, la vida lo había curtido y le había enseñado todo lo que necesitaba saber. El océano era su mejor escuela.
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